Tú no estarás en Marrakech, ni falta que te hace. Estarás, si da tiempo, en una haima tomando te, con tus amigos saharauis, o recordándole a alguien, cómo Mohamed VI viola sistemáticamente las resoluciones de la Naciones Unidad, y cómo se menosprecia así a la comunidad internacional, en sus principios y en su legalidad, con la que tan respetuosos nos mostramos en otras ocasiones. La solidaridad que ha generado este pueblo fraterno es, sin duda, la más amplia que jamás se ha dado en nuestro país, no en balde a este pueblo, en un tiempo se le concedió la nacionalidad española, y su tierra, el Sáhara Occidental, fue considerado provincia de ultramar. Hasta que en noviembre de 1975 se perpetró la vileza de Madrid, que colocaba al pueblo saharaui a los pies de los caballos de Marruecos y Mauritania. La solidaridad a la que invocábamos, ha dictado y puesto en circulación un escrito, cuyo destinatario es Juan Carlos I. En uno de sus párrafos, se dice: "Sabe, Señor, tan bien como nosotros, del dolor y las dificultades que les costó a aquellos miles de españoles, la cobardía de unos pocos políticos sin escrúpulos; sabe, Señor, de los vergonzosos acuerdos tripartitos de Madrid, sabe, Señor, de una guerra que duró más de 15 años, y que enfrentó a unos pocos antiguos españoles, sin armas ni apoyos, con un ejército que superaba en número a la escasa población saharaui, sabe, Señor, de los reiterados incumplimientos por parte de Marruecos de cuantos acuerdos ha firmado (...)". Y desde 1992, a la espera de un referéndum de autodeterminación, en virtud del plan elaborado por James Baker, en el seno de las Naciones Unidas, para recuperar, por la vía pacífica y democrática, la libertad y la independencia de los saharauis y de sus legítimos territorios, y llevar así a término un riguroso proceso de descolonización. ¿Será éste el momento propicio para abordar con urgencia el envenenado asunto? El monarca alauita ha declarado en este periódico: "Ni yo ni el pueblo marroquí aceptaremos nunca ceder la soberanía". Lo que suena a sentencia capital o a declaración de guerra. De ser así, ¿quién aceptará?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de enero de 2005