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CARTAS AL DIRECTOR

'Sí' a la Constitución

¿No es magnífico que a diario se hayan pronunciado ya bastantes articulistas sobre su postura política ante el próximo referéndum para la aprobación (o no) del Tratado de Constitución europea? ¿Y no es eso en esencia lo que conforma nuestra cultura democrática occidental? Pues sí. Aquí a nadie se le obliga a votar algo en contra de sus convicciones. La libertad se halla en el frontispicio de todas las constituciones democráticas. ¿Por qué la futura Constitución europea iba a carecer de ese símbolo?

Sé que pedir a todo el mundo que se lea el Tratado de Constitución Europea es pedir lo imposible. Pero intentar oscurecer o, mejor, torcer la finalidad última de una Constitución democrática, engarzada con las más genuinas tradiciones de respeto a la dignidad de los individuos, puede llevar a pensar que quien así piensa es probable que cojee de maximalismos ideológicos desechados no hace mucho por su nefasta influencia en la vida de los europeos.

Yo voy a votar afirmativamente en el referéndum. No porque crea que con la Constitución se acabarán todos mis males y los de mis conciudadanos. Tampoco porque piense que la perfección es su don fundamental. Reconozco las limitaciones de toda obra humana; pero esta obra, con todas sus limitaciones y defectos, nunca supondrá un retroceso con respecto a otras formas de concebir la política que hubo en el pasado o de proyectos sociales utópicos que todavía a nadie he oído siquiera pergeñar. Quizá porque los sueños de la razón siempre crean monstruos es mejor que construyamos un orden social y político paso a paso. Hasta ahora nos ha ido bien por ese lado racional de la política democrática al que llamamos reforma. Los saltos en el vacío ya sabemos adónde conducen. Saber esto es bueno, pues no hacemos otra cosa que acumular conocimientos para no caer en viejas trampas. Por todo ello pienso que merece la pena votar en el referéndum.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de enero de 2005