Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Crítica:CRÍTICA | Teatro

Siempre quedará Boadella

Hace mucho tiempo que Albert Boadella (o sea, Els Joglars), se dedica a desenmascarar en escena un amplio repertorio de los defectos ajenos. Una trayectoria impecable, si bien se mira, en todo conforme con la inteligencia escénica de este bufón. Ahora se propone, en su versión del entremés cervantino que da título a la obra, decir cuatro cosas bien dichas sobre cómo "los cretinos pueden vendernos la nada a costa del temor de sus semejantes a pasar por cretinos" (entre esos especímenes se contarían, en anteriores montajes de la compañía, Picasso o Tàpies, pero no Dalí, que sería un genio burlón, azote genial de la cretinez propiamente dicha). Menos mal que siempre se dispone de un niño, en este caso el propio Boadella (que ni es un cretino ni abriga ningún temor de pasar por tal) para poner las cosas en su sitio con su limpia mirada infantil.

El Retablo de las Maravillas

Sobre el entremés de Cervantes, en adaptación de Albert Boadella, por Els Joglars. Intérpretes, Xavier Boada, Dolors Tuneu, Pep Vila, Ramón Fontserè, Jesús Agelet, Xavi Sais, Minnie Marx, Pilar Sáenz. Iluminación, Cesc Barrachina. Vestuario, Dolors Caminal. Colaboración literaria, Josep M. Arrizabalaga. Música de Pachelbel, adaptada por Jordi Reguant, interpretada por Marju Vatsel y Jordi Reguant con el Cuarteto de Barcelona. Espacio escénico y dirección, Albert Boadella. Teatro Principal. Valencia.

El montaje tiene la marca de la casa: limpieza de gesto, la pátina de calidad, las referencias (aquí, notables) a la Comedia del Arte, el buen trabajo de los actores, y demás atributos que han otorgado a Els Joglars tan justa fama. Pero también alardea de algunos de sus vicios: situaciones de trazo grueso, proliferación de manías personales, exageración en los rasgos de los personajes que se pretende criticar, etcétera. Por lo demás, no es el mejor montaje de la compañía, aunque tampoco el más endeble, y al espectador (gente joven el día que lo vi) le cuesta entrar en el juego que se le propone, quizás debido a que a la obra le cuesta un tanto no ya definir sino manifestar lo esencial de sus propósitos. Por lo demás, se echa de menos uno de esos grandes momentos escénicos tan del gusto de esta compañía, donde su talento cobra cuerpo en un pasaje crucial, y todo discurre en una apacible sucesión de estampas, divertida a veces y previsible en otras. En cualquier caso, con Els Joglars la solvencia siempre está asegurada. Y se agradece.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 20 de enero de 2005