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COLUMNA

Cesantías

Ponga el codo en la barra de un bar y después de saludar al vecino de café, saque el tema del frío polar. No lo consigue. Introduzca las pensiones para los ex presidentes de la Junta y los altos cargos. Ahora seguro que hay conversación. Es una cosa que llama la atención de los políticos, su capacidad para que los ciudadanos despotriquemos de un asunto que nos importaba un bledo hasta que ellos se enfrascaron en la disputa. El sueldo de los políticos es un tema recurrente. De vez en cuando advierten de que se lo suben y a los votantes se les permite un ejercicio de desahogo. La primera reacción popular ante el anuncio de una subida del sueldo para los políticos es llamarlos golfos. La segunda, descubrir para que están. Y, según los contribuyentes, están para trincar. Además, la nómina es lo único que no tiene ideología. Ya sean de derechas o de izquierdas. Llegado a este desprecio por la actividad política, el ciudadano tiene una clara idea de lo que buscan en la vida: vivir del cuento. Los electores en este tipo de polémicas tienen una manía. Subir a los políticos a un andamio, a llevar cubos de mezcla. Es el único sitio donde los votantes consideran que un político se entera de lo que vale un peine. El oficio de peón de albañilería es para los ciudadanos las antípodas de la labor de un cargo institucional.

Los políticos no deberían hacer ostentación de sus disputas salariales, porque sacan lo peor del ciudadano. Más aún, si de lo que se trata es de una pensión para cuando dejen de serlo. Algunas de las medidas que pretende aprobar el Parlamento son discutibles, pero otras están ya en vigor en distintas comunidades. El PSOE está en su derecho de aprobar un estatuto para los ex presidentes y altos cargos de la Junta. Y el PP en calificarlo de pensionazo, porque el dinero se sumaría al que cobrarían de la Seguridad Social. El problema de Arenas es que mientras denuncia estas cesantías, cada mes recibe dos ingresos del Estado. Extraña legislatura. Las propuestas se hacen por carta y los líderes se emplazan en la notaría. Lo preocupante de un debate político es que alcance un grado de ramplonería mayor que el de la barra de un bar.

Por eso, mejor pedir otro café y hablar del frío polar. Del que hace fuera de San Telmo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de enero de 2005