Una semana al año la escritora catalana se da "vacaciones de familia" y viaja a pie. Quizá de su peregrinar por el desierto mauritano extrajo argumentos para su nueva novela: Amor o lo que sea (Destino).
Escoja una foto de su viaje y descríbala.
La tengo. Es mi sombra proyectada sobre una duna. Contrasta el ocre de la arena con el gris de mi figura alargada. Recuerda el viaje a Mauritania, hace un año. Con un grupo de franceses. Largas caminatas y el mejor momento del día: el atardecer, cuando llegábamos al campamento y tomábamos el té. Sólo entonces veía mi imagen reflejada.
Atar fue su punto de partida.
Es una ciudad pequeñita donde ves por la calle cómo la gente degüella a los corderos, o cómo construye casas con un patio central donde plantan una tienda que es donde realmente viven. Curioso, ¿no?
Metafórico. Visto un desierto, ¿vistos todos?
En absoluto. Hay desiertos con rocas, con piedra, con arena lisa y suave. En el mauritano pude tirarme desde una duna tan alta como un edificio de diez pisos. La sensación es como si perdieras las coordenadas. Y la arena está caliente, sensual, si no fuera porque hay escorpiones.
¿Algún encuentro menos amenazador en su periplo?
Sí. Teniamos un guía mauritano que me enseñó el documento de identidad de su madre. Ponía en la fecha de nacimiento 31 de diciembre. Me explicó que esa fecha la llevaban muchos mauritanos, porque no saben cuándo han nacido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de enero de 2005