Cuando usted visitó las urgencias del hospital Gregorio Marañón, a comienzos de enero -me imagino previo aviso-, habían sido "limpiados los pasillos de enfermos". Le sugiero que suba sólo un piso más y visite -eso sí, sin avisar- la planta de traumatología. Allí contemplará el hacinamiento de pacientes y familiares que intentan no dejar solos a sus seres queridos porque saben cómo están las cosas: suciedad en los cuartos de baño de las habitaciones, falta de toallas y papel para el aseo de los enfermos, "despistes a la hora de administrar la medicación a los pacientes, retrasos en los controles y administración de insulina a los pacientes que lo necesitan". Además, trato desconsiderado a los enfermos -salvo raras excepciones- porque, según el personal sanitario, "ya no pueden más".
¡Ah, sabía usted, señora Aguirre, que ya no se dan meriendas en el hospital y que en esta planta la mayoría de los enfermos son muy mayores y están bastante deteriorados! Realmente, ¿es tan caro dar un yogur o un vaso de leche a un anciano? Me he decidido a escribir esta carta para recordarle que el enfermo tiene su dignidad, también porque sé que muchas personas si salen de allí sólo quieren olvidar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 30 de enero de 2005