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COLUMNA

El tren y la vida

La prohibición de fumar en el 98% de los trenes que circulan por nuestro país ha destapado el tarro del pánico entre los más adictos a la nicotina. La medida pretende bajarle los humos a esos viajeros que miden el tiempo por caladas. Pero mucho me temo que ni es para tanto ni la alarma debe cundir entre nadie. En primer lugar porque el fumador más enganchado, aquél que siente en sus tripas el rugido de la ansiedad cuando lleva diez o quince minutos sin encender un cigarro, se permite el lujo de pasar ocho o nueve horas (las de la noche y el sueño) sin acordarse de su adicción y sin que las ansias le devoren por dentro. Estamos hablando, cómo no, de un problema esencialmente psicológico y de algo tan simple como el miedo. El fumador se cree poseído por la adición química que le ata al tabaco (eso le han dicho), pero esa devoción es muy débil y perfectamente superable a poco que uno se lo proponga. Lo duro es enfrentarse al vacío, a cuatro horas o a toda una vida sin ese elemento que genera ¿placer? ¿seguridad? ¿confianza? Bien mirado, ninguna de esas tres sensaciones se ajusta a la verdad. Sólo se disfruta del cigarro que se consume después de una buena comida o un desayuno saludable. Si la seguridad y la confianza dependen de tener ocupadas las manos con un pitillo, basta con sacarlo del paquete y jugar con él sin encenderlo. La conclusión es que el fumador disfruta de dos o tres cigarrillos diarios y el resto (veinte, cuarenta o sesenta, según el caso) se los traga compulsivamente el subconsciente. Librarnos de la ansiedad física es francamente fácil. Desprendernos de ese supuesto placer o de ese falso soporte ya son palabras mayores porque conducen al vacío. Pura psicología.

Va en serio. Si la asignatura pendiente consigo mismo es dejar de fumar, el asunto se reduce a un pulso entre ese miedo y usted. Un libro como el de Allen Carr o un buen apoyo psicológico pueden ser determinantes. Yo ando en ello y cualquiera de estos días me subiré a un tren y disfrutaré de ese aire distinto que me sabrá deliciosamente al de siempre, al de antes de todo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de febrero de 2005