El nuevo presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, parece abandonar el empeño comprometido en el Consejo de Lisboa de marzo de 2000, en el que los máximos líderes europeos se proponían reducir la distancia en renta por habitante frente a EEUU: hacer de Europa la economía más competitiva del mundo y la más avanzada y fundamentada en el conocimiento; todo ello, en 2010. Lo que ahora propone el nuevo presidente de la Comisión es asumir metas aparentemente más realistas, centradas en la potenciación del crecimiento económico y la creación de puestos de trabajo en el área a través de la innovación y de la creación de un clima más favorable a las empresas.Otros objetivos de Lisboa, como el de hacer compatible el crecimiento con la defensa del medio ambiente y la de no renunciar al mantenimiento de los derechos sociales, han sido dejados de lado.
Ciertamente, los resultados obtenidos hasta el momento son decepcionantes. Ni el empleo ni la productividad han crecido lo suficiente para acercarse a los valores de la economía norteamericana, como se pretendía. En términos per cápita, el PIB europeo sigue sin superar el 70% del estadounidense. El realismo con que Barroso diagnostica la situación, y la prioridad asignada al crecimiento económico, son razonables. Lo es menos asumir la incapacidad para conciliarlos con aspiraciones que forman parte de las preferencias de los ciudadanos a los que ese presidente debe servir.
Algunas economías europeas (las nórdicas de forma destacada) han demostrado que es posible crecer a la americana (acelerando la inserción en la sociedad de la información) sin menoscabar la sostenibilidad del crecimiento ni eliminar las condiciones de cohesión y bienestar. La inversión, pública y privada, en educación y en tecnologías de la información son denominadores comunes de esos casos de éxito, tanto más relevantes para el conjunto de Europa y de países como España, cuanto que también han sido absolutamente compatibles con la estabilidad macroeconómica.
Haría bien el presidente Barroso si, además de sugerir propuestas tendentes a perfeccionar el mercado único en algunos sectores y reclamar flexibilidad de los mercados de trabajo, hiciera lo propio con iniciativas tan urgentes como estrechamente coordinadas, tendentes a fortalecer la base de capital físico, humano y tecnológico de Europa, de forma similar a como lo han hecho algunos vecinos prósperos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 7 de febrero de 2005