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Crítica:ESTRENO | 'Amor idiota'

Una insólita pareja

Digámoslo de entrada: en el primer tercio de esta película desigual pero interesante, de esta nueva inmersión de Ventura Pons en los entresijos del deseo, el espectador se teme lo peor; a algunas secuencias les falta por completo la gracia (¡esa fiesta de cumpleaños, pene en mano incluido!), otras están hechas como deprisa y corriendo (y no sólo porque la cámara en la mano del operador transmita una sensación de desequilibrio). Y sin embargo, por uno de esos milagros que en ocasiones se dan en el cine (y también en el de Pons), algo hace en un momento determinado clic y las cosas se enderezan.

¿Cuál es aquí el clic? Varios. Uno, para empezar, tiene que ver con la determinación casi suicida, demencial, de Santi Millán por ser aceptado por su objeto de amor, la al comienzo lejana, inaccesible, Cayetana Guillén Cuervo: en la manera como el director muestra esta determinación hay mucho de cariño, mucho de irónica solidaridad con su criatura, a la que trata sin paternalismos de ningún tipo. Otro, que en su afán por contar la historia de la insólita pareja, Pons va dejando de lado otras historias mucho más convencionales, o si se prefiere, menos atractivas (la de la chica con su marido, la de Mercè Pons con Marc Cartes), para centrarse casi en exclusiva en la disparatada, bien que entrañable, relación entre sus protagonistas.

AMOR IDIOTA

Dirección: Ventura Pons. Intérpretes: Cayetana Guillén Cuervo, Santi Millán, Mercè Pons, Marc Cartes, Jordi Dauder, Gonzalo Cunill. Género: comedia, España, 2004. Duración: 93 minutos.

Y otro, en fin, tiene que ver con lo que hace grande a cualquier comedia de enredos amorosos: la excelente química que, más allá de cualquier contingencia del guión, se establece entre la pareja protagonista, un Santi Millán que demuestra sobradamente el porqué de la aceptación popular a su creciente papel como actor plurimediático, y una Cayetana Guillén que, a estas alturas, nadie descubrirá como una actriz impecable, pero a la que hay que agradecer que no desmaye en sus desvelos por hacer cálidamente auténtica cada una de sus comparecencias en una película.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 11 de febrero de 2005