Recordó el joven pianista Lang Lang (Shenyang, 1982) una canción de su tierra en la primera de las propinas nada más concluir su recital. Era quizás un buen indicio a la hora de comenzar el nuevo año chino. Lo oriental fue, en cualquier caso, un testimonio de reconocimiento hacia el público o simplemente un suspiro de satisfacción una vez acabada la batalla.
Dura, pero sin parecerlo, dada la facilidad con la que el pianista supera las dificultades más variopintas. Salpicada de destellos artísticos, además, pues la facilidad no lleva necesariamente asociada la banalidad, sino también la frescura y el arte.
Los comienzos del recital, con las tempranas variaciones Abegg, de Schumann, pasaron inadvertidos. Poca sustancia para lo que vendría más tarde. Ya en la sonata en do mayor K330, de Mozart, saltaba el primer ramalazo de genialidad por parte del intérprete.
Lang Lang
Obras para piano de Schumann, Mozart, Chopin, Liszt y Rachmaninov. X Ciclo de Grandes Intérpretes. Organizado por Fundación Scherzo, patrocinado por El País. Auditorio Nacional, Madrid, 9 de febrero.
Fue la de Lang Lang una versión fresca, espontánea, de un trazo ligero y distendido, deslumbrante en su sencillez. El pianista no limitaba su discurso a un virtuosismo apabullante. Había musicalidad y mucho fundamento en la manera de entender una sonata-trampa tan engañosa como la de Mozart.
El andante spianato de Chopin tuvo una contención modélica y predispuso a una "gran polonesa brillante" en acuarelas de tonos suaves, llevada en volandas con una técnica, un sentido del refinamiento y una sutileza realmente sobresalientes. Era necesaria una pausa para ir poniendo en orden todas estas sensaciones.
Hechizo
No me arrebató el pianista en las escenas de niños de Schumann, no sabría decir por qué.
En los dos preludios de Rachmaninov volvió el precoz pianista de expresión brillante y sentido de los acentos. Ante Liszt, especialmente con el soneto 104 del Petrarca, la capacidad de hechizo se tornaba irresistible y el exhibicionismo empezaba a hacer acto de presencia.
Se imponía un final que llegó un par de pasos más adelante con un fondo de zumbidos de moscardón. La tarde de piano había resultado interesante, incluso en sus facetas más desconcertantes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 11 de febrero de 2005