Nuestra madre murió el pasado 24 de enero. Estaba muy enferma desde hace años, y aunque mantuvo una lucha numantina por la vida, al final se dio por vencida. Ya no podía más con sus 78 años de inmerecido castigo, de dolores, inmovilidad, ahogos y desesperación. Tuvo motivos para aguantar: tres hijos y un nieto, que eran los ojos por los que veía el mundo, pero al final no fuimos lo suficiente para justificar una lucha sin cuartel contra el terremoto de la enfermedad.
Aguantó gracias a su férrea voluntad y a nuestro constante apoyo, pero también, y sobre todo, gracias a la ayuda impagable de los médicos de la Seguridad Social, del hospital Central de la Cruz Roja, principalmente.
Una institución que no sólo ayuda al Tercer Mundo en las grandes catástrofes, sino que en el primero se ocupa también de esos pequeños desastres que sufren nuestros mayores. Por ello, queremos dar las gracias a todos los que trataron a nuestra madre, y en especial al cuadro médico del Servicio de Asistencia a Domicilio y de la Unidad de Agudos del Servicio de Geriatría del Hospital Central de la Cruz Roja de Madrid. Y por supuesto al personal de enfermería y auxiliares del Pabellón 15 de dicha institución, que era la segunda casa, la residencia temporal de Esperanza Berruga.
El especial trato y cariño que dispensaron siempre a nuestra madre contribuyó a mantener su vida en las mejores condiciones posibles. Queremos dejar constancia de nuestra infinita gratitud a su generosa y sacrificada labor en favor de la salud de tantos viejos y, también, de nuestra madre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 11 de febrero de 2005