Una sugerente y sencilla escenografía de Carlos Evangelista, polivalente y muy transportable, acoge los saltos en el tiempo de este monólogo de José Luis Alonso de Santos, que tras su aparente ligereza de construcción dramática esconde una cierta sabiduría de composición. Se trata más bien de un relato, el de un antiguo actor de teatro que hace ahora series de televisión, que repasa su relación con uno de los actores, casi un figurante, al que tuvo por compañero cuando el protagonista estaba en candelero.
Detrás de esto hay mucho de homenaje al oficio del actor, al antiguo oficio del actor cuando las giras eran interminables y en los lugares más insospechados, y se llevaban varias obras en repertorio, de manera que el texto está trufado de anécdotas, a veces casi chascarrillos, de esos que tanto gustan de contar a los actores en el café una vez terminada la función de noche. Quiere decirse que, detrás del drama que se va tejiendo poco a poco, por sus pasos contados, siguiendo todas las reglas del suspense dramático hasta la eclosión final, hay un tributo ciertamente melancólico al viejo teatro de repertorio. Eso, y un Juan Luis Galiardo muy cómodo en el escenario, que hace fácil lo difícil y que domina el espacio entero sin problemas. Una obra para pasar un rato agradable, y que deja al final un cierto sabor agridulce. No es poco.
Un hombre de suerte
De José Luis Alonso de Santos, por Galiardo Producciones. Intérprete, Juan Luis Galiardo. Iluminación, Felipe Ramos. Imagen y vestuario, Eduardo Urculo. Escenografía, Carlos Evangelista. Dirección, José Luis García Sánchez. Teatro Rialto. Valencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de febrero de 2005