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OPINIÓN DEL LECTOR

Una urgencia

Mi madre tiene 91 años. Hace varios años que le dio un infarto y, desde entonces, acude periódicamente al especialista de su barrio. En septiembre pasado le colocaron un marcapasos en el hospital clínico San Carlos. Por indicación y con volante del cardiólogo que le atiende habitualmente, el pasado día 8 de febrero acudimos al servicio de urgencias de ese mismo centro hospitalario (el que le corresponde). Llegamos a las 11.30 u 11.45. Eran las tres de la tarde cuando la cambiaron de una silla de plástico a una de ruedas.

Después de hacerle las pruebas de rigor, la devolvieron nuevamente al pasillo, donde la esperábamos. Aproximadamente a las siete de la tarde, y después de protestar con moderación, apareció una doctora para decirnos que debían repetirse las pruebas realizadas porque no habían salido bien. A todo esto, la enferma, de 91 años, sigue sin probar bocado. Repiten las pruebas. Vamos a la cafetería a por algo de comer para ella porque dice que empieza a marearse. A las diez de la noche (a casi once horas del ingreso), mi madre (de 91 años, recalco) continúa con nosotros en uno de los pasillos, sentada en la silla de ruedas. Presentamos una reclamación por escrito; la protesta verbal pierde algo de moderación con respecto a la de las siete de la tarde, como resultará comprensible. Sobre las once de la noche nos comunican que van a ingresarla, pero como no hay camas disponibles, que esperemos un ratito más.

Más de las 23.30 eran cuando la metieron en una cama para llevarla a la sala común donde permanecen los pacientes a la espera de que haya un sitio libre en planta. Al día siguiente nos contó que apenas había dormido porque, en la camilla contigua a la suya, un enfermo se pasó parte de la noche voceando. El día 9 a mediodía fue trasladada al hospital de la Cruz Roja, donde permanece en una habitación.

Señora presidenta de la Comunidad, señoras y señores diputados de uno u otro signo político: ¿cómo es posible que todos ustedes se desvivan y estén dispuestos a gastar los fondos públicos que hagan falta, y más, en preparar unos juegos, por muy olímpicos que sean, mientras en los hospitales públicos a los que acude la mayoría de los ciudadanos a los que ustedes representan se den situaciones como la descrita.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 15 de febrero de 2005