Sostienen quienes se oponen al matrimonio homosexual que el nombre hace la cosa. Basan su rechazo en el hecho de que en la palabra española "matrimonio" está la voz madre, que es incompatible con un concepto de matrimonio no procreativo. Pero si eso es así, los detractores del matrimonio homosexual deberían defenderlo en otras comunidades lingüísticas en las que no tiene por qué aparecer la voz madre en el equivalente de la palabra "matrimonio". Sabemos desde Aristóteles, y así lo ha confirmado la lingüística contemporánea, que el lenguaje nace por convención. Si no fuera así, un vocablo como "patrimonio" no podría lógicamente referirse a los bienes que pertenecen a una mujer.
Felizmente, los significados de las palabras evolucionan a la par que las sociedades que los utilizan, como no podría ser de otra manera. La institución del matrimonio no es lo que es, sino lo que todos decidamos que sea.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 20 de febrero de 2005