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Crítica:ÓPERA

De lo espiritual en el arte

Una semana después de que la ABAO de Bilbao incorporase por primera vez en su historia un título escenificado de Schönberg (La espera), el Palau de Valencia ha regalado a su clientela el estreno en España de La mano afortunada, ópera breve -unos 20 minutos- que ilustra como pocas ese periodo del pensamiento centroeuropeo en que la pintura -con la creación de la abstracción- y en la música -con el atonalismo- buscaban caminos en común. Kandinsky y Schönberg eran los símbolos de este acercamiento. "La música de Schönberg nos lleva a un nuevo mundo, en el que las vivencias musicales ya no son acústicas, sino puramente espirituales", escribió el pintor.

Es precisamente ese lado espiritual lo que inundó hasta el último rincón el concierto de anteayer en Valencia, con cuatro obras de Arnold Schönberg, a las que para crear ambiente se antepuso una magistral interpretación del preludio de Parsifal, de Wagner, en una lectura reposada (16 minutos), serena, detallista y estremecedora en su sencillez de Michael Gielen (Dresde, 1927), uno de esos genios de la dirección orquestal que andan sueltos por ahí y parece que no rompen nunca un plato.

Proyecto Schönberg (II)

Obras de Schönberg y Wagner. Orquesta y Coros de la Radio de Berlín. Director: Michael Gielen. Barítono y narrador: H. Müller-Brachmann. Palau de la Música de Valencia, 20 de febrero.

Espiritual, en efecto, fue a un primer nivel de interpretación el coro Paz en la Tierra, de 1907, la obra más temprana del músico vienés en el concierto valenciano. Espiritual fue, en su dimensión más desgarradora, la impresionante cantanta Un superviviente de Varsovia, con las heridas todavía sin cerrar de los ecos de la II Guerra Mundial. Espiritual fue, en su evocación de ese inquieto eje artístico centroeuropeo Viena-Munich, La mano afortunada. Y espiritual, hasta el desamparo y la conmoción, fue la escena del acto II de Moisés y Aarón, dedicada al becerro de oro, que la Orquesta y Coros de la Radio de Berlín abordaron con una precisión, una carga de emoción y una pasión musical como creo que no volveremos a escuchar en nuestras vidas.

El público (que respetó los segundos de silencio después de cada obra) explotó al final en aclamaciones sin fin. Apoteosis con Arnold Schönberg, ver para creer. Fue un concierto memorable, de una intensidad a nivel de escalofrío, con una interpretación tan profundamente humana como técnicamente impecable.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 22 de febrero de 2005