"Dionysiac es una exposición-reflexión que propone un estado de ánimo, una sensibilidad común a los artistas presentados", dice su comisaria Christine Mancel. Se ha montado en el Pompidou de París (hasta el 9 de mayo) bajo la noción de dionisiaco como la entendía Nietzsche: en batalla con lo apolíneo, en cuya síntesis nace la tragedia, exceso y orden a la vez, caos de sentimientos y reglas para encauzarlos. Se han encargado obras para esta muestra a artistas como John Bock, Christoph Büchel, Maurizio Cattelan, Malachi Farell, el grupo Gelantin, Kennedy Geers, François Hybert, Richard Jackson, Martin Kersels, Jason Rhoades, Paul McCarthy, Jonathan Meese o Keith Tyson. Nombres consagrados del arte contemporáneo junto a figuras emergentes.
Algunas de las obras tienen auténtico interés -Büchel presenta, congelados, los restos o totems de una fiesta; Hirschhorn un recorrido por el supermercado cultural de los últimos 150 años- mientras otras -la de Cattelan o la tópica instalación de Rhodes y McCarthy a partir de las deyecciones de los visitantes de Documenta XI- son decepcionantes.
No es tan aceptable que el discurso sobre lo dionisiaco sea tan abierto e impreciso, abarcando "el placer de la destrucción o la exaltación de la vida hasta el exceso", la resurrección (?) del "arte crítico que creíamos muerto con el posmodernismo" y consideraciones sobre una "alter-estetización".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de febrero de 2005