Ya ha hecho 10 días de la muerte de mi tío. Unos días largos llenos de un dolor acrecentado por las dificultades administrativas que debemos soportar los familiares cuando perdemos a un ser querido. Pero eso, dentro de lo crudo, es lo de menos. Lo que quiero denunciar en público, para que quede constancia y para que quizá lo lea la persona culpable del sufrimiento, es el peregrinar de mi padre y mi abuelo (hermano mayor y padre del fallecido) el día posterior a su muerte.
Mi tío Paco murió en casa el 10 de febrero a las 10.30 de la mañana. El forense se presentó allí y prosiguió al levantamiento del cadáver a las 13.00 horas. Como era joven y su muerte repentina, tuvo que ser trasladado al Instituto Anatómico Forense para proceder a la realización de la autopsia, que estuvo lista a las 11.30 del día siguiente. Pues bien, es en ese momento cuando comienza la odisea para el traslado del cuerpo al tanatorio, hecho que se produjo a las nueve de la noche cuando mi padre y mi abuelo se personaron en los juzgados. Nadie podía o quería firmar ese permiso de traslado. La jueza de guardia se negaba a hacerlo porque, se justificaba, era trabajo del titular de guardia el día anterior. Al final, sin saber por qué y cuando ya marchaba mi familia, impotente, pensando en pasar más días velando un cuerpo en una cámara frigorífica, llegó la firma y el permiso.
¿Es este un hecho cotidiano? ¿Quién paga al final los platos rotos, la mala organización y los piques entre compañeros? Todos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 28 de febrero de 2005