La socióloga argelina planteó un paseo espiritual por su país, y cantó a Alá y a su profeta Mahoma. Lo hizo descalza, como si quisiera sentir mejor las raíces de su canto. El islam se presenta con ella como religión de paz, amor y fraternidad. De origen bereber (chaui), Aïchi retoma cantos de las cofradías sufíes, de los campesinos y pastores de Cabilia o de los peregrinos a La Meca. Los panderos, la flauta de caña y el difícilmente sonorizable sentir, que dibuja las líneas de bajo, constituyen el sobrio y arcaico acompañamiento.
Houria Aïchi no es de las que permanecen estáticas junto al pie del micrófono. Tiende la mano hacia los espectadores más cercanos, abre los brazos en cruz, y se mueve con energía y delicadeza. Lleva al público a perderse en las letanías con voz gutural, áspera y tensa. Le estaba cantando a Dios, en una evocación de lo que hacen los hombres del desierto, sentados en círculo hasta el amanecer, cuando vino a perturbarla un móvil. Un segundo soniquete la obligó a parar bruscamente. Pero ni los teléfonos maleducados rebajaron un recital de gran pureza.
Houria Aïchi
Houria Aïchi (voz y pandero), Andy Sutlov (bajo sentir y voz), Ali Bensaddam (flauta gasba y voz), Miloudi Chahiba (percusión y voz) y Abdesslam Mijiaoui (laúd guembri, percusión y voz). Círculo de Bellas Artes. Madrid, 2 de marzo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 4 de marzo de 2005