En ninguno de los últimos 15 años el sector exterior había drenado tanto crecimiento de la economía española como esos 1,7 puntos porcentuales del pasado año. El comercio de bienes en 2004 arrojó un déficit récord, 60.700 millones de euros, equivalente al 7,6% del PIB. Cuando a esa balanza comercial se agregan los saldos de los intercambios de servicios, rentas y transferencias (obteniendo la denominada balanza por cuenta corriente), la diferencia negativa se sitúa en el 5,7% del PIB, también sin precedentes y una de las más elevadas del mundo.
En el origen es necesario situar, junto a la intensa pulsación relativa de la demanda nacional, la no menos importante pérdida de competitividad. El mantenimiento de una tasa de crecimiento de los precios sistemáticamente superior a la de nuestros principales socios comerciales (los de la UE, principalmente) resta atractivo a nuestras exportaciones. La evolución del tipo de cambio del euro frente a las restantes monedas agrava ese deterioro.
En gran medida, es el reflejo de un patrón de crecimiento impropio de una economía avanzada. El excesivo protagonismo que en España ha tenido la construcción y, en particular, la rentabilidad ofrecida por la actividad inmobiliaria, ha atraído excedentes y capacidad de financiación desde otros sectores, sacrificando la mejora de la oferta de otros bienes y servicios del conjunto de la economía y el desplazamiento hacia producciones más avanzadas. A pesar del moderado crecimiento de los salarios, la insuficiente inversión en capital tecnológico y humano (muy inferior a la media europea) ha frenado la modernización económica, al tiempo que ha situado el crecimiento de la productividad española entre los más bajos de la OCDE.
Razones hay, por tanto, no sólo para dinamizar la economía, sino, mucho más urgente, para modernizarla. Modernizar significa también hoy producir, comercializar y gestionar las empresas mejor que nuestros competidores. Y eso es posible hacerlo con la complicidad activa de los gobiernos, como lo han hecho aquellos países europeos (los nórdicos, fundamentalmente) que están a la cabeza de la competitividad mundial.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 8 de marzo de 2005