Está reinventándose, con 34 años, en una ciudad distinta -la cantante mexicana se ha instalado en Madrid- y en un estilo -la música tradicional de su país- que no había encarado hasta ahora. Sasha la interpreta en clave intimista. Empezó con su disco, Por un amor, un manzanero (Contigo aprendí) y, sobre todo, un serrat (Aquellas pequeñas cosas), que cantó apoyándose en el clima creado por contrabajo, trompeta y batería. Y demostró capacidad para dar un color personal a sus interpretaciones de temas muy conocidos.
Es un acercamiento renovador a la música mexicana (Arrastrando la cobija, La cucaracha...) vinculándola, por ejemplo, al flamenco. Desplazado quedó Frim fram sauce, un estándar de jazz que hizo popular Nat King Cole; Y nos dieron las diez, primera vez que la cantaba en público, le salió a trompicones. Que Sasha tiene tablas no sorprende. Lleva cantando desde que vestía de amarillo y azul en el grupo infantil Timbiriche. Aun y así, el tener que ir cambiando de músicos -el día anterior en Málaga no la acompañaba la misma formación- juega en su contra. En El gustito, huapango por bulería, que ella canta estupendamente, hubo desajustes. Una voz con posibilidades y mucho trabajo por delante.
Sasha
Sasha (voz), Toya Arechavala y Adrián Alvarado (guitarra), Raúl Márquez (violín), Fernando Hurtado (trompeta), Yayo Morales (percusión) y Josemi Garzón (contrabajo). Galileo Galilei. Madrid, 9 de marzo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 11 de marzo de 2005