La ampliación del Museo del Holocausto en Yad Vashem (literalmente, la mano y el nombre), el gran complejo de Jerusalén que concentra la mayor memoria del exterminio de seis millones de judíos durante la última gran guerra, es mucho más de lo que la palabra ampliación indica. Se trata, en efecto, de un nuevo museo, no sólo por la superficie añadida, unos 3.000 metros cuadrados más de los 1.000 que tenía la primitiva estructura, sino porque ha cambiado el concepto expositivo para incorporar las nuevas tendencias que acercan la museística al happening y convierten la visita en una experiencia personal de la historia, terrible en este caso, que se narra.
Paredes inclinadas y pasillos angostos de cemento visto acentúan la sensación de opresión en unos escenarios que a veces tienen vocación realista, como la reproducción de la sala de estar de una familia hebrea en la Alemania nazi, hecha con muebles donados por supervivientes, o el trozo de la calle Lezno, la principal del gueto de Varsovia, reconstruido con adoquines, farolas y hasta vías de tranvía originales. Otras impresiones llegan a través de centenares de pantallas que ofrecen imágenes de la vida diaria y del horror también cotidiano de la Solución Final.
El nuevo museo culmina en una gran sala circular, denominada el Hall de los Nombres porque encierra los datos de tres millones de víctimas en las paredes de un profundo foso excavado en la roca viva cuyas aguas reflejan más de 600 fotografías de víctimas ordenadas sobre los lados de un enorme prisma triangular de hormigón que cubre la sima, dándole réplica. Los datos se pueden consultar también en los ordenadores de una sala adjunta.
A través de nueve capítulos, que corresponden a otras tantas galerías, Ayner Shaley, responsable del museo, ha tratado de ofrecer una historia de la Shoá, no sólo completa, sino detallada en el nivel individual de las víctimas, protagonistas de la exposición a través de 90 biografías. El objetivo de la muestra es educar a las nuevas generaciones para que combatan el antisemitismo y para que estos horrores no se repitan.
La construcción del nuevo museo, obra del arquitecto Moshe Safdie, ha durado 10 años y ha costado 40 millones de dólares.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 16 de marzo de 2005