Desde su independencia -incluso bajo ocupación siria-, la democracia libanesa se ha basado en un pacto que hace un reparto confesional del poder: el presidente ha de ser maronita, el primer ministro, suní, y el presidente del Parlamento, chií.
En alguna caja todavía guardo un recorte del periódico de Beirut L'Orient-Le Jour en el que nada menos que Charles Helou, ex presidente y gran figura política maronita, decía, no sin un toque de cinismo, que ésa es la manera libanesa de la democracia.
Si no se aprovecha la ocasión actual para negociar acuerdos que acaben con este sistema, que en su editorial del pasado día 5 The Daily Star de Beirut llama "perversión libanesa de la política de poder", si satanizamos a los chiíes, no sólo Hezbolá -la mayor organización política y social del Líbano-, sino también a Amal, el país se acercará peligrosamente al abismo. Los chiíes son hoy la minoría mayoritaria en Líbano. Una democracia que siga líneas confesionales y los relegue es una invitación al desastre. Por favor, no volvamos a esa mitología de la "Suiza de Oriente Medio" desestabilizada sólo por injerencias exteriores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 17 de marzo de 2005