Personaje inclasificable y autor que ha optado por el peligroso efecto de la autorrevelación sin censura de ningún tipo, ver y oír en directo a Javier Álvarez es ser testigo de un strip-tease de cuerpo y alma que muchas veces deja en el oyente la incómoda sensación del asalto al pudor. En su último concierto en Madrid el artista presentaba sus dos nuevos discos, Plan y B, bajo este presupuesto artístico de eliminar las mentiras de sus canciones. De este modo, el público conoció de primera mano la expresión de la profundidad de su amor en Ñ y Love business, el vértigo de lo desconocido en Miedo, la dulce amargura en Mi soledad o las celebraciones del amor por la familia en 7 de octubre de 1980. También recorrió parajes musicales que pertenecen a sus heroínas Patty Griffin o Tracy Chapman y hasta dejó algo, entre tanto entusiasmo por introducir sus nuevas canciones, para rememorar aquel pasado que, en su caso, se torna lejanísimo, acudiendo a La edad del porvenir.
Javier Álvarez
Sala Galileo. Madrid, 19 de marzo.
Casi dos horas estuvo Javier Álvarez a solas con su guitarra y plantado en mitad del escenario, y podía haber estado dos horas más. Porque su planteamiento de los conciertos es poco convencional y extremadamente cálido. ¿Cómo consigue esa atmósfera? Ése es el secreto de Javier Álvarez.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 21 de marzo de 2005