Casi nadie de los comparecientes en la Ponencia de la Reforma del EACV con los pies en el suelo fuimos mucho más allá de lo que parecen propuestas lógicas, asumibles y políticamente correctas, quizás porque intuimos que la voluntad de reforma de los grupos mayoritarios de las Corts Valencianes, y muy especialmente, el que da apoyo a la mayoría, no presta para novedades espectaculares, y puede que, incluso, algunas de las más modestas parezcan audaces.
Por ejemplo, a nadie se nos ocurrió proponer que la elección del President de la Generalitat se lleve a cabo mediante elección directa, siguiendo la pauta que establece, por ejemplo, el modelo utilizado por la Regione Lazio, a la que pertenece Roma; tampoco que pueda pensarse en un sistema electoral con parte de los puestos del parlamento a cubrir mediante el voto de lista (cerrada o abierta) en las circunscripciones actuales, y parte mediante elección mayoritaria en el conjunto de la CV, un poco siguiendo la estela del actual modelo de elección directa de senadores.
Resignados como estamos a que la Constitución cuanto menos se toque mejor, y el Estatuto, sólo para evitar problemas que su mala redacción de origen puedan ocasionar y poco más, de la consulta de los textos que se ofrecen en la Web de la reforma se advierte autocensura en aquello que puedan resultar genialidades y un cierto horror ante la modernización. Incluso, y es una broma que traduce el sitial menor que a la reforma le han asignado los medios de comunicación, algún periodista protestó amablemente porque alguno de los comparecientes (es decir, yo) se tomó la molestia de escribir casi cien páginas y comparecer con el mazo de folios ante el sanedrín parlamentario.
Y es que nuestra política se mueve muy encorsetada, en el proceso de reforma y en todo lo demás. No hay protagonismo. Se impone lo gris, la rutina, el inmovilismo, y una partitocracia temerosa de que la imaginación irrumpa en sus feudos. Algo que, por cierto, no ocurre en la vecina Italia, donde la gran crisis de la República y el final de aquel juego donde la DC gobernó hasta hartarse de sus propios éxitos para caer estrepitosamente arrastrando con ellos a socialistas y comunistas, habría dado lugar a un vivo paisaje político y a un debate múltiple sobre hacia dónde va Italia con su República a cuestas.
Vengo de Roma. Dentro de pocos días (el 3 y 4 de abril) se celebrarán las elecciones regionales. La ciudad está en plena campaña electoral; hay puestos en las aceras donde los militantes reparten folletos a los transeúntes; no hubo día en que alguna manifestación no recorriera alguna calle pare expresar protestas, reivindicaciones o demandas. Hay muchos carteles publicitarios con la imagen de los candidatos; reclamos con mucha prosapia, donde puedes intuir qué hay en el candidato, carteles que son casi el doble de los que se usan aquí, y con mucho arte, con estilo, con proximidad y pose.
Cerca del hotel donde me hospedaba, una señora que podría haber sido portada guapa de cualquier dominical de prensa, ofrecía desde una sonrisa entre serena y cómplice y un discreto escote que Lavorerò per accorciare le distanze, es decir, sugiriendo que un voto a ella sin duda acortará las distancias... Junto a éste cartel, otro candidato democristiano ofrecía un sugerente look de pelat, con jersey de cuello alto abierto...
Hace siglos que no he visto aquí un solo cartel electoral ante el que pudiera evitar el bostezo.
¿Modernos, nosotros?
Vicent.franch@eresmas.net
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 23 de marzo de 2005