En el momento de escribir estas líneas, parece que ya va a ser una realidad en Francia la eliminación de la recién implantada jornada de 35 horas. Al parecer, no resulta económicamente viable. Esta decisión del Parlamento francés ha causado gran regocijo entre los empresarios de todo el mundo, que encuentran en ella el argumento perfecto ante las peticiones de reducción de jornada de los sindicatos. Pero, ¿qué ocurre con los trabajadores? ¿No es lógico que sintamos una silenciosa decepción ante este fracaso de nuestras esperanzas puestas en práctica?
Casi toda la gente que conozco -al menos la de mi edad, entre los 25 y 40 años- suele tener jornadas de 10 a 12 horas diarias. Lo que en el papel figura como jornada de 45 horas semanales se convierte en 50 o 55. Todos reconocen que el volumen de trabajo que sus empresas les obliga a asumir no es posible realizarlo en las horas estipuladas en su contrato. Todos ellos viven para fines de semana y vacaciones, ya que, durante la semana, sñolo trabajan, llegan a casa, se dan una ducha, cenan, ven una horita la tele y se van a dormir.
Pero lo que es más importante: ninguno está satisfecho con este modo de vida. Preferirían tener más tiempo a tener más dinero y cada vez les compensa menos el esfuerzo de trabajar para alcanzar bienes que no tienen tiempo de disfrutar. Y todo esto sin entrar en el polémico tema de la compatibilidad entre trabajo y maternidad o paternidad.
Bien, señores: trabajar 35 horas a la semana no es rentable.
Conclusión: la evolución de nuestra economía hacia un sistema de mayor bienestar social es inviable.
La pregunta es: ¿queremos seguir viviendo, la mayoría de los ciudadanos, en este sistema? ¿Existe una alternativa más cercana a nuestra idea de bienestar? No tengo las respuestas, así que me limito a transmitir mi malestar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 23 de marzo de 2005