Henry Hill presentaba su mejor cara en Uno de los nuestros, la obra maestra de Martin Scorsese que se basaba en su biografía, Wiseguy. Encarnado por el espléndido Ray Liotta, Hill parecía más una vÍctima de la Mafia estadounidense que uno de sus soldados. La historia cinematográfica terminaba con un resignado Hill viviendo en un lugar remoto, acogido al programa de protección de testigos, tras zafarse de la cárcel contando lo que sabía sobre sus jefes. Lo que no contaba la película es lo que ocurrió después: cansado de tener un trabajo convencional y del anonimato, Hill renunció a la cobertura federal y se dedicó a rentabilizar su antiguo oficio. Así, se convirtió en un invitado habitual del programa de radio del provocador Howard Stern, donde aguantaba impávido las amenazas de muerte que le lanzaban oyentes que se declaraban mafiosos. Con el tiempo, Hill se fue haciendo cada vez más descuidado. Pero antes de que le pillaran sus antiguos socios, ha sido detenido por la policía en un aeropuerto de Nebraska, cerca del pueblo donde habita. Sin tiempo para facturar su equipaje, lo dejó al cuidado de los empleados mientras subía a un avión. La policía lo abrió y encontró instrumentos asociados con el consumo de drogas así como restos de cocaína y de anfetaminas. Cuando volvió del viaje, le estaban esperando para ponerle unas esposas y llevarle ante el juez local.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 25 de marzo de 2005