Revancha, represalia, persecución, censura son conceptos que tienen un valor conservado a lo largo de los siglos. La Inquisición y sus correspondientes métodos intransigentes se han mantenido en distintas épocas de la historia reciente, porque hay algo que la mayor parte de los políticos, o de todos aquellos que ejercen el poder, acaban no aceptando y es la libertad. La libertad sigue estando mal vista en las órdenes religiosas, en los fundamentalismos islámicos, en los partidos políticos, en las comunidades de vecinos e incluso en determinados círculos empresariales.
Existen distintas obediencias y lo que difícilmente se soporta es precisamente la ideología y el comportamiento liberal. Hobbes se refirió a que el hombre era un lobo para el hombre y es dramático que trayectorias de pensamiento, que en su día surgieron como respuesta a la carencia de libertad, ahora se caracterizan por el combate feroz a esa gallarda postura ante la vida. La libertad es tan vieja como el ser humano y el mal, que inevitablemente contamina, no descansa en su persecución. La última versión de las corrientes totalitarias se deriva de las directrices que se encuentran enmarcadas en el pensamiento único como quintaesencia del neoliberlismo que, por supuesto, se basa en la ausencia de libertad para los demás.
Hace años Joan Fuster escribió un artículo, que tituló Inquisició i cultura. Era uno de sus temas favoritos. Allí hablaba del miedo. Fue en junio de 1985, cuando el arco de la transición había avanzado en su trayectoria. Las libertades formales comenzaban a regir y Fuster se preguntaba por el miedo y la imposibilidad de hacer estadísticas sobre los temores actuales, inmediatos, que compartimos. Fuster ha sido el intelectual valenciano más notable del siglo XX. Sentía miedo y afirmaba: "Hi ha una infinita inquisició per l'aire". Ahora estamos en 2005, veinte años después, y continuamos viviendo las represalias de quienes ostentan poder y se ensañan con sus adversarios. Todos tenemos un ejemplo al alcance de nuestra reflexión y de la memoria.
Jordi Pujol, cuando ha dejado el poder, transmite constantemente que se debería reservar algunos temas sensibles que sobrepasase los límites del partido político al que corresponde gobernar. Estos asuntos de Estado -y las autonomías lo son- deberían proseguir su camino sin que los vaivenes en el ejercicio del poder les afectaran.
El agua, la necesidad de recursos hídricos, es un problema que transciende el umbral de lo anecdótico y el mismo Jordi Pujol ciñe su enfoque coordinado a la necesaria reconciliación entre catalanes y valencianos.
En ese terreno, la dialéctica y los enfrentamientos están servidos. Pero en el campo de la política estricta la pugna todavía es más cruenta. Los de una facción contra otra y, a su vez, los vencedores con sus potenciales contrincantes. No se salva ni el apuntador. De todo eso sabemos demasiado los valencianos. Vuelven a difundirse las listas y las etiquetas. Se repiten, ¿cómo no?, las descalificaciones. Deberíamos evitar su propagación y sobre todo las represalias. Para pegar sellos no hace falta ser progresista ni conservador, simplemente hay que realizar bien la labor que a cada cual le ha correspondido. No hay dos clases de libertad. Sólo hay una y por sus conocidas normas hay que trabajar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 27 de marzo de 2005