El físico Stephen Hawking declara que nunca llegará a comprender la complejidad del universo. Bueno, se calme. Yo no entiendo nada, en general. Debe de ser la influencia de los terremotos indonesios en los impotentes telespectadores lejanos, o quizá que me noquea pensar que semejante desgracia trágicamente redunde sobre unas infelices criaturas cuya desvalidez atrasada ya no podemos remediar. Al mismo tiempo, en la misma era, bajo el mismo cielo, hay individuos que acumulan odio e indiferencia junto con explosivos, y fabrican bombas para destruir a otros que, en este momento, no saben que alguien a quien nada han hecho les odia y goza con la idea de matarlos. Contemporáneos, ellos y quienes miramos, todos, de gente como los nietos de Raniero, que salen de compras por Montecarlo vestidos de ir de trekking, para hacerse más llevadero el trance de tener que heredar un principado con sede en un casino. Qué mundo.
O quizá sea que he incubado una gripe tardía, y pondría muy a gusto la calefacción, pero después de las imágenes de víctimas indonesias amontonadas en sus mezquitas, entran otras de árboles depredados, y de durísimos vaticinios sobre el futuro energético. Cualquiera vuelve a enchufar la caldera.
Por todo ello, cambio de canal y me quedo unos minutos perpleja esperando a que salga el Papa, que son ya las tres y diez. Pero no va a comparecer, al menos no aquí; me percato, finalmente, de que esta emisora también ha conectado con Mónaco y eso no es el Vaticano, sino el palacio real monegasco, tenía que haber reconocido ese balcón, ¡el de Grace Kelly! Debe de ser exacto que Mónaco está en decadencia, porque no hay nadie cerca aplaudiendo.
Me quedan por resolver, aparte el porqué de algunas cosas, una serie de misterios. Si tiene vida interior, e incluso anterior, Mariano Rajoy.
Voy a conectar la caldera, y que le den por saco al planeta. Al fin y al cabo, le hemos vendido a Venezuela suficiente material bélico como para invadir y ocupar EE UU, y Venezuela nos va a dar petróleo a cambio.
Muy tarde me llega la nueva ley educativa. A mí, y a Stephen Hawking. ¿O era Stephen King?
Y el lince ibérico, entretanto, reproduciéndose. Qué poca vista tienes, lince mía.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 31 de marzo de 2005