La Iglesia católica no había celebrado nunca una misa de exequias tan imponente y multitudinaria. Los grandes del mundo y millones de peregrinos se congregaron en una mañana ventosa para despedir a Juan Pablo II, una figura de dimensiones históricas para la que cientos de miles de gargantas exigieron, en plena homilía, una inmediata canonización. Las salvas de aplausos y los gritos de "santo, santo" fueron el contrapunto popular a una insólita reunión de dirigentes políticos en la plaza de San Pedro. La delegación española fue la más importante enviada nunca al extranjero. Estaban los reyes Juan Carlos y Sofía; el presidente José Luis Rodríguez Zapatero; el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, y el jefe de la oposición, Mariano Rajoy, acompañados por presidentes autonómicos y parlamentarios. Los peregrinos, 600.000 de ellos en la misma plaza de San Pedro o en las cercanías, ocuparon la ciudad y empezaron a irse por la tarde, en un éxodo pacífico. Roma, la vieja capital del mundo, estuvo a la altura de una ocasión sin precedentes.
Los Reyes y Zapatero encabezaron la más importante delegación española jamás enviada a un país extranjero
Cientos de miles de fieles reclaman en la ceremonia la canonización del pontífice fallecido al grito de "Santo subito"
El funeral del Papa congrega a la mayor representación de jefes de Estado y de Gobierno de la historia de Roma
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de abril de 2005