Después de siete quinquenios dedicado a la educación, constato que los alumnos aficionados a los libros y que leen mucho, encuentran menos dificultades en sus estudios, sacan mejores notas y suelen ser más maduros. Es lógico. La lectura mejora la ortografía y el vocabulario, la expresión escrita y la oral, proporciona cultura y ayuda a pensar. Y sólo quien piensa es capaz de interiorizar valores. Y encima disfruta y no se aburre nunca, pues no necesita de los demás para pasarlo bien.
Por otro lado, el ser humano se perfecciona por el conocimiento de la verdad, por la consecución del bien y por la captación de la belleza. Y a todo ello, la lectura puede contribuir de manera muy significativa.
Es obvio, por tanto, que uno de los retos más apasionantes que tenemos los padres y los educadores es el de saber fomentar la lectura en nuestros hijos y alumnos. ¿Cómo? Comenzando por nosotros: viendo menos la televisión y leyendo más. Es el ejemplo el que arrastra, pues sólo se transmite lo que se vive.
La fiesta del libro, en el año del libro, es una buena oportunidad para pensar en estas cosas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 23 de abril de 2005