Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
COLUMNA

Hespérides

A menudo, los escritores que tienen verdadero respeto por los libros sólo suelen publicar uno o ninguno, aunque en cualquiera de los dos casos a todo autor le sobra casi siempre la mitad de su obra. En estos días de exaltaciones librescas en los que el mejor modo de pasar inadvertido es camuflarse en la frondosidad del bosque de los productores literarios, Vicent Abad ha puesto sin embargo un poderoso foco de luz sobre sí mismo con su primera novela, El jardín de las Hespérides, que acaba de publicar a los 65 años. Acaso nadie debería publicar una novela antes de rebasar esa edad para poder afrontar este ejercicio con las imposturas extinguidas, el ego muy lijado y la libertad que da haber cruzado la línea que separa a los hombres imprescindibles de los innecesarios. Decir estas cosas no sirve precisamente para hacer amigos en un gremio, aunque con dichosas excepciones, saturado de inmortales y ensoberbecidos, pero para lo otro ya están los demás todos los días. En cualquier caso, Abad ha esperado hasta coronar ese punto cenital y los lectores hemos de agradecérselo porque no hay nada como acometer a un autor con el conocimiento vasto y sedimentado, así como, por qué no decirlo, con el valor añadido del intrusismo. Con la referencia del mitológico jardín de las Hespérides que producía manzanas de oro, y con una prosa muy solvente, este máximo especialista de la historia de la naranja ha trabado un relato en el que, a través de una ficción familiar, narra la profunda transformación que produjo la economía citrícola en una sociedad inmediatamente convulsionada por las ideologías y sus trágicas consecuencias. No es necesario decir que la naranja, a diferencia de Entre naranjos de Blasco Ibáñez, no es aquí un decorado embriagador sino algo más que un personaje. Estamos sin duda ante una novela a la altura del fenómeno de la naranja, a menudo incomprendido e incluso caricaturizado porque evitó el surgimiento de una burguesía manchesteriana que ni siquiera propició el industrializado Alcoi. Sin embargo, la naranja articuló una vibrante red económica, en la que la agricultura absorbió capitales y transformó de forma determinante la sociedad valenciana, abriéndole la mentalidad a Europa.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 30 de abril de 2005