Después de que el Congreso decidiera reconocer el derecho a las personas del mismo sexo a contraer matrimonio entre sí, hemos escuchado cientos de declaraciones homófobas procedentes, en su mayoría, de miembros del PP o de la Iglesia católica. Hasta ahora había preferido, en un intento por no darles una publicidad que no merecen, permanecer callado. Pero las declaraciones del cardenal Carles han sido la gota que ha colmado el vaso.
Hasta ahora ya era una aberración apelar en este caso a la objeción de conciencia porque, además de constituir una injerencia a través de sus cardenales del Estado Vaticano en asuntos internos del Reino de España, ¿qué pensaríamos, pongamos por caso, si cualquier grupo o partido racista apelara a la objeción de los concejales para que no casaran a personas negras o asiáticas en sus ayuntamientos? ¿Qué, si algún imán musulmán, como ya ha sucedido, fomentara la violencia contra las mujeres porque en su "conciencia" son seres inferiores? Pero ahora la aberración dio paso a la ignominia cuando Carles mencionó Auschwitz, lugar en el que, como producto de la misma homofobia que él mismo predica, miles de homosexuales fueron exterminados por el régimen nazi, hecho que todavía muchos se niegan a reconocer.
Todo ello me hace pensar si, al igual que se pide la vigilancia de los sermones radicales en las mezquitas, no sería hora de empezar a controlar los sermones que, desde los púlpitos católicos, fomentan actitudes tipificadas como delitos en nuestro Código Penal.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 2 de mayo de 2005