Con la tradicional corrida de Miura concluyó el ciclo ferial taurino de Sevilla. A lo largo del mismo, Mísero (Victorino), Alicates (Parladé), Gamberro (Nuñez del Cuvillo), Furioso y Tolerante (Torrealta), pero en especial Espada (Palha) y Ojos negros (Torrestrella), han dado muestras, cada uno en su medida, de lo que es un toro de lidia.
De él se admiran su nobleza, bravura y trapío; mientras que el pragmatismo se interesa por su valor como objeto de cambio. El tópico axioma "sin la Fiesta desaparece el toro de lidia" debe cambiarse por: sin toro no hay tauromaquia, espectáculo, ni beneficios económicos. De ahí que haya de ser cuidado, mimado y admirado.
Sevilla, tan amante de sus sagradas tradiciones, aún no le ha rendido el debido homenaje. Hay monumentos dedicados a anhelos, mitos, artistas y artesanos. Algunos poetas, escritores e intelectuales, salvo excepciones, son recordados con lapidarios de cerámica. Pero el toro de lidia no goza de tales honores. Como dijo Pepe, mi compañero en la grada 2, mientras veía arrastrar a Ojos negros después de solicitar su indulto: "se ha perdido la sensibilidad".
Paradoja: Sevilla está seducida por la belleza que exuda el toro de lidia, pero es incapaz de evocar su trascendencia. Otras ciudades sí lo han hecho. Tómese ejemplo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 3 de mayo de 2005