Llevo ya mucho tiempo viviendo en una localidad cercana a Madrid; y al igual que en otras, desde hace unos pocos años, la vorágine constructora ha asolado el campo que habitualmente disfrutaba. Por eso, no me extrañó que el domingo pasado por la mañana, al salir de mi casa, una perdiz se me cruzara en la carretera.
Tan desorientada estaba y tan fijamente se me quedó mirando, que no tuve más remedio que bajarme del coche y explicarle que donde antes tenía su nido, ahora hay una urbanización de chalés de nueva construcción; que ya no había sitio ahí para ella y que era cosa del "progreso".
Como seguía con su mirada fija y la expresión de no entender nada, allí la dejé. Me subí al coche, y al mirar por el retrovisor para ver qué camino tomaba aquella perdiz, me di cuenta de que yo tenía su misma mirada, la de no entender nada de lo que estaban haciendo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 6 de mayo de 2005