Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
COLUMNA

Corrupción

A juzgar por la forma en que se ha desarrollado el debate sobre la gestión del Gobierno andaluz en este primer año de legislatura, mucho tememos que termine siendo más verdad que el PP-A siga una estrategia destinada a hacer añicos el Gobierno mediante mecanismos poco democráticos. La atribución generalizada de corrupción a todo lo que sea socialista por parte del portavoz del PP no deja mucho margen de maniobra para pensar que sean manifestaciones aisladas. El hecho de ignorar el objeto del debate en el Parlamento y emplear el tiempo para acusar de todo y contra todos así lo refleja. Se quiere dar la impresión, como si no hubiera pasado el tiempo, de que sigue mandando ese señor de bigote que se asomaba a la tele para regañar. Que su forma particular de entender la honestidad, la verdad y la mentira tenía que ser asumida por todos, aunque los hechos demostraran que ni existía honestidad ni verdad cada vez que hablaba.

Es razonable, pues, que pueda pensarse, como ha manifestado el consejero de Presidencia en el mismo debate, que existe una estrategia encaminada a destruir a un partido y a un Gobierno. Y, cuando se pretende destruir a un partido y a un Gobierno de esta forma y con estas maneras, realmente se está anteponiendo el interés del poder a los valores que sustentan el sistema democrático y el propio sistema. Una actuación que muestra, cada vez más a las claras, que no interesa que los ciudadanos confíen en los grupos políticos, de suerte que trasladen su confianza al único, a los únicos, a los salvadores y guardadores de y por siempre de la honestidad. Este comportamiento, con o sin debate sobre la gestión, es una agresión. Una agresión a un partido político y una agresión al sistema democrático. Es normal, pues, que cuando uno se siente atacado en su honestidad por su pertenencia a un grupo y al propio sistema que vive y representa, responda y no precisamente con tiento, ya que éste sólo se reserva a la mujer y al viento.

En cualquier caso, y aunque sea soñar, no estaría mal hacer un pequeño esfuerzo e intentar ir al Parlamento a trabajar, dejando que de la corrupción se ocupen los tribunales y de lo otro esos programas de la tele a los que todo les cabe.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 7 de mayo de 2005