Una de las virtudes del estilo de gobierno de Rodríguez Zapatero, más allá de errores y discrepancias, consiste en su escasa predisposición a respetar el prestigio de los tabúes. Eso descoloca a la oposición y saca de quicio a ciertas fuerzas vivas, pero contribuye como pocas cosas a marcar las diferencias de estilo y de mentalidad entre los progresistas y los conservadores, entre la España de la tolerancia y la diversidad y la España de la intransigencia y el recelo. Podría decirse que la auténtica laicidad de su política radica, más que en las propuestas concretas relativas a la religión o a la Iglesia, en una asombrosa indiferencia ante el dogma y el anatema, en la tranquila disposición a hablar de todo. Por contraste, los populares parecen gentes siempre escandalizadas, de corazón apocalíptico, que necesitan conjurarse en el rechazo un día y otro para seguir unidos. No todos los Ejecutivos de signo socialista, en Madrid y en algunas capitales autonómicas, han tenido ni tienen esa ingenuidad, tan contundente y constructiva. El proceso de regularización de inmigrantes, que el sábado cerró su plazo de presentación de documentos, es un ejemplo de talante y de atrevimiento. Hacer emerger a 700.000 trabajadores extranjeros de la economía sumergida rompe muchas ideas previas, normaliza la percepción social de un fenómeno inevitable pero regulable y contribuye, en fin, a hacer legal lo que es real, aunque no les guste a los agitadores de la algarada mediática reaccionaria. Después de cuatro leyes de extranjería, dos reglamentos y siete procesos de regularización, no está mal una política de normalización social, laboral y jurídica. La iniciativa ha servido, además, para revelar que es posible y recomendable otorgar más competencias en materia de inmigración a los ayuntamientos y las comunidades autónomas, mientras se activa la firma de convenios con los países de origen de la emigración para racionalizar los flujos y combatir la precariedad, la explotación y la miseria. Al fin y al cabo, todos esos inmigrantes que han hecho colas ante oficinas públicas agarrados a unos papeles son vecinos nuestros, viven aquí y tienen derecho a salir, si aún no de la pobreza, al menos de la esclavitud y la ignominia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de mayo de 2005