Sebastián Castella se libró de milagro en una tarde que pudo ser dramática para él, pero a punto estuvo de abrir la puerta grande por su valor heroico, su arrojo y su torería. No salió a hombros, pero dejó el sello de torero de raza que quiere ser figura a toda costa.
Castella tomó la izquierda y, al primer envite, el toro lo enganchó por el muslo derecho y lo zarandeó por dos veces antes de dejarlo sobre la arena. La impresión era de cornada grande, pero el torero se levantó con la taleguilla manchada de sangre y sin mirarse volvió a tomar la muleta con la derecha y dibujó un par de redondos espléndidos mientras una profunda emoción se apoderaba de los tendidos. Aun tuvo tiempo Castella de cerrar la faena con unas ceñidísimas manoletinas antes de la estocada final.
Charro de Llen / Diego, Castella, Marín
Toros de Charro de Llen, bien presentados, astifinos y flojos; el cuarto, inválido total; bravo y violento el quinto, y muy manso el sexto. Juan Diego: estocada (silencio); dos pinchazos y media (silencio). Sebastián Castella: estocada caída (oreja); estocada -aviso- y dos descabellos (vuelta). Serafín Marín: estocada caída (ovación); media -aviso- y un descabello (silencio). Plaza de Las Ventas. 22 de mayo. Décima corrida de Feria. Lleno.
Felizmente, había sido sólo un susto, aunque de los gordos. Y la oreja se la ganó por derecho propio, por su valor seco, por su disposición y porque consiguió encelar la embestida del toro y dibujar derechazos de gran mérito. Para empezar, se fue al centro del ruedo donde el viento soplaba con fuerza y lo dejaba al descubierto ante el toro. Pero no se arredró. Por el contrario, asentó las zapatillas en la arena y bajó las manos en tres tandas cortas de largos derechazos, muy templados y mejor ligados con el de pecho de pitón a rabo. Antes de la cogida se había ganado el favor del público, que le reconoció su valor y la hondura de su toreo de muleta.
Otra voltereta espeluznante sufrió cuando toreaba por bajo al quinto, un toro de gran arboladura, agresivo y encastado que había hecho una brava pelea en el caballo. De embestida violenta, le costó al torero entenderlo, otra vez en el centro del ruedo, con un valor seco a prueba de bombas. No llegó a domeñarlo porque, quizás, era necesaria una madurez que el chaval aún no posee. Consiguió, no obstante, un par de tandas de meritísimos redondos que no salieron limpios por la aspereza del animal, pero sí muy emocionantes por la brava pelea entre toro y torero. El presidente no le concedió la oreja que la mayoría de la plaza solicitó, pero triunfó de verdad como un torero vanlentísimo. Quedó con el cuerpo dolorido, y dejó la estela de una profunda torería al superar con nota la difícil papeleta que le planteó el agresivo y violento toro quinto.
Muy mala suerte tuvo Juan Diego. Los suyos fueron los dos toros más sosos y flojos del encierro. El primero le permitió demostrar que sigue siendo un torero con un respetable fondo artístico, pero no despertó más interés por la nula condición de su oponente. Flaco favor le hizo el presidente no devolviendo el cuarto, uno de los toros más inválidos de lo que llevamos de feria.
Con un molesto trote y a media altura embestía el primer toro de Serafín Marín, lo que impidió la colocación del torero y deslucía el encuentro. Se justificó con valentía y a punto estuvo de resultar herido cuando el toro se volvió con rapidez y le rajó la taleguilla. Del mismo tenor resultó el sexto, muy manso, se la jugó Marín de verdad y sólo pudo dejar patente su vergüenza torera.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 23 de mayo de 2005