La visita del ministro de Industria, José Montilla, a China es un movimiento obligado para encauzar las relaciones económicas con el gigante asiático, causa y destino de una gran parte de los grandes cambios económicos del último lustro, desde la deslocalización empresarial hasta la escalada del precio del petróleo. China es un mercado de proporciones ciclópeas que conviene atender no sólo por el exorbitante número de clientes potenciales para productos españoles, sino porque las empresas buscan allí oportunidades de producción a costes que aquí están olvidados. Montilla, después de reunirse con el viceprimer ministro Zeng Peiyan y cinco ministros, presentó ante 70 empresarios españoles un ambicioso Plan China, destinado a incentivar la inversión en aquel país, que incluye apoyos financieros para el comercio, la inversión, el fomento del turismo y la promoción de España como destino turístico. En el rugiente océano de la economía china la iniciativa puede parecer una gota de agua; pero al menos es un gesto que tiene el valor de un punto de partida, siempre y cuando esta línea no se abandone en el futuro.
La irrupción en Pekín de Montilla y los empresarios españoles se produce precisamente cuando los dirigentes chinos dan muestras de flexibilizar sus posiciones económicas. Han cedido, al menos parcialmente, a las intensas presiones de Estados Unidos y la Unión Europea para reducir la capacidad competitiva de sus textiles, que estaban estrangulando la oferta textil del resto del mundo desde la plena liberalización del comercio textil mundial en enero de 2005. El procedimiento elegido ha sido la imposición de tarifas arancelarias a la exportación de 74 de sus productos. Un respiro que las empresas europeas deberían aprovechar para invertir en modernización tecnológica, en cooperación o en la activa internacionalización de su producción y comercialización. También es el momentoen que China reconoce la posibilidad -lenta y remota- de flexibilizar la cotización del yuan. Así que la presencia institucional de España allí es oportuna. Ahora hace falta que sea fructífera.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 28 de mayo de 2005