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COLUMNA

El Mal

Carles Mulet, concejal de EU en Cabanes, ha propuesto que instalen un control de alcoholemia a la entrada de cada sesión plenaria. Luego explica que sólo es una solicitud simbólica, porque está harto de que el alcalde popular le insulte y de que los plenos se conviertan en batallas campales. La farmacéutica Gilabert no cree que estas broncas provengan del alcohol, sino de la crispación (no olvidar que el decorado es Mundo Ilusión, 20 millones de metros para construir).

Salvando las distancias, recordaremos que los peritos han acabado certificando que buena parte de las atrocidades que estos días se juzgan en distintas audiencias españolas no proceden de la locura, ni mucho menos de monumentales tajadas, sino directamente de la pura perversidad. Adicciones diversas (eximentes, atenuantes) se han convertido en cómodas coartadas para explicar lo injustificable. Porque una cosa es hacer o decir tonterías, pero parece imposible que afloren tan grandes ruindades si previamente no las has incubado en tu interior. Muchos tóxicos causan daños irreversibles, aunque sin especiales desequilibrios en el sistema neurotransmisor también se puede ser un cobarde violento o un perfecto imbécil. Igual ni siquiera beben esos presos que hirieron, mataron y violaron en su fuga. Y qué ejemplar vida de deportista llevaba el profesor de kárate, abusador de sus pequeñas alumnas. "Simpático", este que se confiesa "asesino económico a sueldo"; "sociables", los que acabaron con esposa e hijos quemándolos o a martillazos; "desprendido", el neo-esclavista... No, no están locos: son malos.

Ahora se dice que dos de los violadores de bebés estaban en tratamiento psiquiátrico, lo cual nos podría tranquilizar corroborando que sólo "anormales" pueden perpetrar semejantes aberraciones.

Quizá nunca sepamos qué pasaba por la corteza prefrontal del doctor Mengele, de Jack El Destripador o de la "pequeña soldado" Lynndie. Pero es peligroso presuponer enajenación para ahorrarnos la tristeza de reconocer la maldad. El Mal (versión Kant o versión Tarantino) quizá ni siquiera existe. Pero lo que de fijo hay, son malvados. Quisiéramos pensar que no muchos, pero cuánto se hacen notar...

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 29 de mayo de 2005