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COLUMNA

Melones

La pertinaz sequía ha desgraciado este año la cosecha de melones de Villaconejos, pueblo madrileño famoso desde hace siglos por sus deliciosas cucurbitáceas, no por los conejos, aunque también los hay. Esa exuberante fruta no faltará en los mercados, pero no habrá melones de Villaconejos, considerados de calidad excelente. Y eso es una pérdida lamentable para la economía de la localidad y para el paladar de los ciudadanos. El refranero advierte de que "la poesía, el vino y los melones, son malos cuando no son superiores". Pero si son superiores, te invade una gula voluptuosa e insaciable, letal. Carlos I murió de una indigestión de melón. Claro que el emperador, según un cronista de la época, "pasó por ser uno de los más grandes comilones habidos".

-¡Todo eso me importa un pepino!

-Usted, señora, no es una sandía, usted es una sandia (sin acento).

-Y usted raja más que la navaja de un melonero.

-Acabemos de una vez por todas. Es usted más pesada que un collar de melones.

-¡Grosero!

-Estoy acostumbrado a las calabazas, tanto en mi expediente académico como en mis lances galantes. Tengo vocación cucurbitácea.

-Tiene usted corazón de melón.

-El suyo es un pepinazo de acero inolvidable.

La expresión "bocado de cardenal" esta íntimamente relacionada con esta cucurbitácea sorprendente y libidinosa: en 1309, el Papa Clemente V trasladó la sede papal a Aviñón; el Pontífice entró en Francia con la tiara en la cabeza y un melón de Cantalupo en sus brazos. El escritor francés La Fontaine (1621-1695), dejó escrita una de las más profundas reflexiones teológicas sobre los melones: "Dios, en su infinita sabiduría, hizo que el melón fuera rastrero, pues si las encinas tuvieran melones en vez de bellotas hubiera sido peligroso echar la siesta a su sombra". Al margen de la agricultura, en Madrid hay muchos melones.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 29 de mayo de 2005