Siguiendo a otras grandes ciudades europeas, el Ayuntamiento de Barcelona ha creado áreas verdes de aparcamiento para reducir la congestión del tráfico. En cambio, olvidando los criterios de esas mismas ciudades, permite que los autobuses de turistas lleguen hasta las puertas de la Sagrada Familia y destruye una de sus plazas, la de Gaudí, para construirles una estación para 15 autobuses.
Los tendrán a la sombra unos minutos, descargarán a los visitantes y poco después volverán a las calles a congestionar el tráfico. El Ayuntamiento no habrá solucionado nada, pero nosotros habremos perdido una zona verde.
Esta franja verde, con grandes árboles, pistas de petanca, juegos infantiles, bancos y un estanque, será convertida en una plataforma de hormigón a la intemperie que rozará los edificios colindantes, se comerá un buen bocado del estanque, tendrá una puerta de entrada de 30 metros de ancho por 5 de alto y una rampa de salida de 40 metros. Todo un catálogo de barreras arquitectónicas. Y cómo no, dos plantas inferiores de aparcamiento para casi 300 turismos.
Además, tendremos que soportar dos años de obras, rezar para que los cimientos de las viviendas aguanten la agresión y buscar otro sitio donde pasear, jugar, sacar al perro o descansar. No andamos tan sobrados de zonas verdes como para que destruyan una más.
Me gustaría que los autobuses se quedaran fuera de la ciudad y que los turistas utilizaran los transportes metropolitanos, como se nos recomienda a los que vivimos en Barcelona. Ganaríamos calidad de vida y disminuiría la contaminación.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 31 de mayo de 2005