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Crítica:

Cuentos eficaces

Pilar Adón despliega sus dotes de observación en Viajes inocentes, un libro de relatos en el que la realidad cotidiana contiene un amplio universo de símbolos y sugerencias.

En uno de los cuentos del libro, 'Botellitas', Dora, la protagonista, desea fervientemente tener casa propia y mientras da por supuesto que su novio es incapaz de proporcionársela envidia a una pareja en la que él, a juzgar por la fuerza con que la besa a ella, se muestra capaz de conseguirla de inmediato. Como compensación Dora se dedica a pintar flores en botellitas de zumos de fruta y a guardarlos después como objetos preciosos que ocuparán un lugar en la futura casa soñada. Esta escena ilustra claramente un par de asuntos importantes tratados en los relatos de Pilar Adón (Madrid, 1971). Primero, la casa, muchas veces aislada y de difícil acceso -presente ya en su novela Las hijas de Sara (Alianza)-, un lugar casi mágico donde se revela lo más profundo del individuo y puede tener lugar alguna iluminación íntima como en 'La porción de tarta', un estupendo relato, quizás el mejor del libro, en el que la pareja protagonista siente que se ha adentrado casi milagrosamente por aquella "puerta en el muro" de la que hablaba H. G. Wells en su famoso cuento.

VIAJES INOCENTES

Pilar Adón

Páginas de Espuma

Madrid, 2005

126 páginas. 12 euros

La segunda cuestión que re

vela la escena citada es el apego de los personajes a la naturaleza hasta el punto de que cuando no está presente la convocan artificialmente como hace Dora. Los personajes la perciben en sus peores momentos como un consuelo o como una amenaza. En 'Plantas de interior', el padre de Berta, muerto a causa de un accidente en el campo, es imaginado por su hija como un árbol que muere a causa de la enfermedad sufrida por una de sus ramas. Pilar Adón, una autora joven que promete mucho, narra sucesos nimios o excepcionales, con finura y capacidad de observación sin sacar nunca todas las conclusiones posibles, dejando que el lector se haga inquietantes preguntas sobre el destino de los personajes, alguno de los cuales, como la protagonista de 'Madre Medea', tiene un hijo llamado Jasón al que quiere convertir en genio emulando a la unamuniana Amor y pedagogía, y otro se apellida Conroy como el protagonista de 'Los muertos', de Joyce, y da la impresión de ser él mismo, que ha venido al sur para regenerar su alma enferma de la humedad irlandesa en 'El final de la temporada de baile'. Es un aviso: la vida es brillante aunque fugaz.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de junio de 2005

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