De pronto, me sobrevinieron las sabias palabras de San Agustín, como una revelación divina, mientras paseaba caviloso y compungido por el barrio de Velluters de la ciudad de Valencia.
Cualquiera que desee pasearse por la zona podrá contemplar los resultados del "programa regenerador" que el Ayuntamiento de Valencia está llevando a cabo sobre el antiguo barrio de los artesanos de la seda.
Allí, progresiva e inexorablemente, las máquinas han ido echando abajo -y en ello continúan- grupos enteros de casas, sustituyéndolos por fríos bloques de edificios del todo discordantes con la vida e historia del barrio, tanto por su estética ultra vanguardista, como por la utilidad a que se destinan.
Y es que de nuevo leemos en Valencia, sin abrir libro alguno, el manual del perfecto especulador: un barrio deliberadamente abandonado que se despuebla, para luego derrumbarlo y sacar no pocos beneficios con la consiguiente reconstrucción.
El resultado: un barrio perdido, una historia ignorada, un pueblo insultado... y las calles vacías, tristes y ausentes de vecindario.
¿Pero es que no hay normas reguladoras de la estética urbanística? ¿No hay políticas serias a las que acogernos para recuperar los barrios históricos de las ciudades de una manera respetuosa y armoniosa?
Seguro que sí. Pero, normas y regulaciones a parte, el principio del amor por lo propio de cada uno debería ser suficiente para que les nuestras autoridades actuaran en consecuencia. Y a la vista de la realidad de los barrios históricos de Valencia, es evidente que nuestros gobernantes viven en la más tenebrosa de les insensibilidades.
De otro modo si no, bastaría con que amaran... e hicieran lo que quisiesen..
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de junio de 2005