Llegó el mesías, el gran chamán, el predicador, el rey del Carnaval bahiano, el gran señor del ritmo. Carlinhos Brown es todo eso y más, como quedó demostrado ayer por la tarde, con decenas de miles de personas arrastradas y poseídas por su percusión infernal. De Plaza de Castilla a Nuevos Ministerios, la Castellana se convirtió en un hervidero, un denso mar de gente. El artista brasileño dirigía una fiesta colectiva encaramado a un inmenso camión desde el que hacía bailar a todo el mundo a golpe de tambor y el estribillo de sus canciones.
Carlinhos Brown es un comunicador nato, que sabe poner la sonrisa precisa al que la necesite. Tal es su entrega y campechanía que la gran caravana de la alegría tardó en arrancar por su dedicación a saludar a todo el que se acercó a estrechar su mano antes de empezar. Él devolvía esos saludos con rosas blancas y muecas. Tiene Carlinhos un discurso populista que le resulta muy eficaz. Subido ya al camión, comienza por decir que se trata de una fiesta "de paz, amor, alegría y respeto a la diferencia. Es un día de fraternización y respeto. Vamos a hacer lo posible para que todo salga bien. Que los problemas se dejen en un rincón, porque vamos a disfrutar de la alegría, de la libertad, de las cosas buenas", dijo. Como muchos brasileños célebres, Brown siempre se ha declarado muy creyente, y dedicó unos minutos para rezar instantes antes de iniciar el lento recorrido de la comitiva carnavalera.
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Con un poco más de media hora de retraso, y con un canto popular bahiano, Convençao, arranca Carlinhos la larga ristra de canciones. A partir de ahí, todo es desenfreno. El camión sobre el que Carlinhos dirige el gran carnaval, sale lento del lateral de la Castellana, pegadoa a los juzgados de Plaza de Castilla. Hasta que se incorpora al carril central de la gran arteria madrileña, es el propio Carlinhos el que desde su escenario móvil y sin dejar de cantar va dando instrucciones a la policía y los servicios de seguridad, que tiene que abrirse paso entre la muchedumbre. Cada metro es una conquista. "Sigan, sigan, miren hacía delante, no me miren, miren a sus almas, déjense llevar por el ritmo de sus corazones", jaleba en medio de la euforia generalizada y entre banderas brasileñas, aunque también pudieron verse algunas enseñas con el arco iris de los colectivos gays.
A un poco más de medio kilómetro, un camión diez metros más corto -en el que va Carlinhos mide casi 40 metros- lleva encima a Timbalada, el grupo de percusiones del que salió el músico hace unos años. Hay saludos en las distancia, aunque las músicas de uno y otro camión no logran confundirse. Todo sucede como la reproducción de un carnaval de Salvador, la capital de estado brasileño de Bahía, tan distintoal más internacional y conocido de Río de Janeiro. Carlinhos desgrana su repertorio y se rebela como un gran coreógrafo de masas. Blen blen blen, María Caipirinha, Sambadream se suceden a un ritmo enloquecedor contodos el mundo bailando a su antojo. Desde las ventanas, los vecinos apoyan con duchas de agua fresca y todo en calle es un carnaval de alegría.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de junio de 2005