El desparpajo reivindicativo era característico de la nueva derecha; el tufo reaccionario, sin embargo, con una veintena de obispos en la cabecera, emanaba del tradicionalismo más conspicuo. La manifestación del sábado en Madrid contra la legalización del matrimonio entre homosexuales, medida que el Gobierno socialista llevaba en el programa con el que ganó las elecciones y que tiene el apoyo del Congreso, derivó en una defensa multitudinaria de "la familia", como si esa institución no hubiese evolucionado a lo largo de la historia ni hubiese experimentado las transformaciones de toda la sociedad moderna. "Un niño ha de tener un padre y una madre", insistían los manifestantes, arrasando de un plumazo con su intolerancia toda la diversidad de la vida de cada día, donde se desenvuelven los huérfanos, los hijos extramatrimoniales (despreciados como bastardos en otro tiempo), los vástagos de madres solteras, los adoptados por solteros, los hermanastros, los nacidos de inseminación artificial y otras técnicas de reproducción asistida, los hermanos de padre o de madre fruto de sucesivos matrimonios... En fin, no hace falta repasar los nombres de dirigentes del PP con unos cuantos retoños de diferentes ex esposas ni la orientación sexual de algunos de ellos porque la hipocresía y el oportunismo de los populares, amparados en prejuicios caducos de sacristía antigua, han quedado a la intemperie. Dicen que nada tienen contra los gays y las lesbianas, pero exigen que les sea vedada la posibilidad civil de establecer, en pie de igualdad con los heterosexuales, una unión que les convierta en parientes, y con ellos también a sus padres, hermanos, hermanas y otros familiares, para disfrutar de todos los efectos jurídicos, económicos y patrimoniales propios del matrimonio. También exigen que se les ampute el derecho de cualquier ciudadano o ciudadana a adoptar hijos. La homofobia latente es bien visible, pero el integrismo que la envuelve la hace más repugnante. Escribió Hannah Arendt que el padre de familia fue el "gran criminal" del siglo XX porque el totalitarismo no habría funcionado sin esos buenos maridos y padres que no hicieron otra cosa que "cumplir con su deber". La derecha española siente nostalgia de un orden moral que se fue a pique.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 20 de junio de 2005