El cronista salió indemne no solo de la madrugada del fuego, ni siquiera de la multitud que se desplazaba de un distrito a otro, con el júbilo y el botellón, sino del desvarío de las patuleas de políticos que recorrían la ciudad o se afincaban en salones y terrazas, ignorándose, en el peor de los casos, con un distante saludo, y los más almidonados disponiendo ya destinos entre sus chaqueteros de confianza. Estos últimos días, en Alicante, mientras se consumía un efímero vecindario de cartón, se medían los bíceps y los mostraban, sin ningún pudor, los de las tribus del PP. Unos, como salvoconductos para regresar nuevamente al poder, y los otros, para mantener y extender lo que les confiaron las urnas. Pero zaplanistas y campistas no faltaron a la cita, cada cual por su lado, y con sus lideres y sacristanes bien visibles en medio de las multitudes, que ocasiones así, no están para dejarlas escapar. Eran, como alguien le comentó al cronista, quizá al arrimo de la pólvora o del alcohol, una pasarela de ninots de carrer, que echaban para atrás de tanta peste a chamusquina. El enfrentamiento se recrudeció días antes, cuando César Augusto Asencio, alcalde de Crevillent, portavoz popular en la Diputación y leal a Camps, no asistió al último pleno de la corporación en el que precisamente tomaba posesión de su cargo la también edil de Crevillent, aunque fiel a Zaplana, María Asunción Prieto. Afrentas así, no, se dijo José Joaquín Ripoll, paladín del ex ministro de Trabajo -el escudero es Julio de España-, y resolvió colocar al presunto rebelde al filo del cese. Ya se verá. Al ritmo de mascletà fueron desembarcando los contendientes, en una ciudad receptiva y en fiestas. Pero la crisis de los populares valencianos es un abismo insalvable. Bien es cierto que en estas comarcas del sur, la hegemonía es, sin duda, de Eduardo zaplana, y hasta ahora las estrategias que se ha gastado su adversario han fracasado estrepitosamente, una tras otra. De modo que la presencia de varios miembros del Consell y de algunos más o menos ilustres invitados, como los alcaldes de Castellón y Orán, y las representantes de Valencia, Burriana, Murcia, Barcelona y Zaragoza, han dado color a Les Fogueres de Sant Joan, aunque no parece, sin embargo, que hayan incidido en el equilibrio de fuerzas. Y menos aún los socialistas Joan Ignasi Pla, secretario general del PSPV, Antonio García Miralles, presidente de la nueva gestora, en la ciudad, y los ediles Blas Bernal y Ángel Franco, que bastante tienen con remendar sus descosidos, y se limitaron a cumplir. Si acaso, conviene tener en cuenta lo que puede ser un fino ardid de Francisco Camps en esta contienda por hacerse con la provincia insurgente: su inspiración lírica, su frase lapidaria, digna de un Llibret antológico: cuando se procedía a la entrega de distinciones fogueriles, el presidente Camps, refiriéndose a la percepción de una luna de apariencia más grande y próxima de lo habitual, acuñó para la historia: "La luna estaba más grande y más bella que nunca, porque Alicante está en fiestas". Por si fuera poco, dicen que, por un teléfono del Ayuntamiento, una voz que recordaba a la de Rajoy, inquiría: ¿Arde el PP?, ¿arde el PP? Y otra voz anónima respondió: Humea.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 26 de junio de 2005