Hace un año que están haciendo obras de rehabilitación en un edificio contiguo al nuestro, en el Eixample, para convertirlo en un hotel. Desde entonces, los vecinos hemos estado sufriendo un infierno debido al altísimo nivel de ruidos y vibraciones, además de las grietas, humedades y suciedad que las obras han provocado en algunas viviendas. Los ruidos han sido insoportables durante meses, a veces a lo largo de 10 horas diarias, incluso sábados y domingos. La vida cotidiana se ha alterado de forma brutal, sobre todo para los que estamos más tiempo en casa.
Hemos solicitado inspecciones y mediciones de los ruidos. El proceso ha sido kafkiano e inútil: burocracia, desinformación, falta de transparencia y de respuesta, por lo que la sensación de desamparo, indefensión y agotamiento es absoluta. Parece que en esta ciudad se da prioridad a los derechos de los constructores hoteleros frente a los de los ciudadanos; que es normal que los vecinos contribuyan con su tiempo, trabajo, dinero, paciencia y salud al desarrollo de un negocio privado; que no es necesario que se les informe de la dimensión y duración de unas obras que van a cambiar sus vidas, y que el eslogan del fem-ho bé no se mide con el mismo rasero para todos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 29 de junio de 2005