La ciencia descubrió finalmente por qué los pobres padecían hambre: tras descuartizar y analizar a varios niños procedentes de países miserables, pronto se observó que el proceso de la digestión que se realiza a la luz intestinal, no se podía consumar en aquellas criaturas sencillamente porque esa luz estaba fundida. Lo que no sabemos aún es de cuántas generaciones estamos hablando, comentó el sabio antropólogo danés. Efectivamente, no lo sabemos, advirtió un sagaz teólogo, pero no es menos cierto que la pobreza siempre ha existido. Todo es un problema de mecánica, advirtió un risueño físico bávaro: si hicieran más ejercicio, si trabajaran más, sus músculos serían como dinamos y estarían en disposición de transformar el movimiento en energía eléctrica y, amigos míos, se encendería de nuevo su luz intestinal. Pero, en tal supuesto, habría que suministrarles toneladas de alimentos, advirtió, con preocupación, un economista británico. No lograron, sin embargo, resolver la cuestión, los expertos invitados a la cumbre. Los políticos, más prácticos, decidieron extirpar el aparato digestivo a millones de pobres: si el tubo gastrointestinal y las enzimas no cumplen función alguna ni les sirven para nada, cuando menos eliminemos el ruido de las tripas y la sensación de hambre. Esta asamblea general espera que sufran sólo lo que tienen que sufrir. Naturalmente, todas las naciones civilizadas y ricas se harán cargo de las nóminas de los cirujanos y de todo el personal sanitario que intervenga en tan generosa operación. Los gastos que sean precisos. Esos infelices se merecen el mejor instrumental de la industria quirúrgica, y los médicos más eminentes del mundo, por elevados que sean sus honorarios. Mientras, por la calles de todas las ciudades miles de personas y de organizaciones solidarias pedían "Pobreza 0", los líderes de las naciones más poderosas y opulentas del planeta sólo tenían "Estómago 0". Una de aquellas manifestaciones pasó cerca del palacio, donde un purpurado que ya había callejeado lo suyo entre los suyos, se retiró a su oratorio. Su eminencia se recogió y murmuró: almas lascivas y descarriadas, almas desgraciadas. Y amén.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 29 de junio de 2005