Al cruzar la soleada meseta en busca del descanso vacacional, los carteles nos indican pueblos de nombres evocadores. Si te desvías a conocer alguno de estos enclaves, te das cuenta del tremendo abandono en que se encuentran muchos de ellos. Hay infinidad de pueblos que ya no tienen ni siquiera un bar. Y que un pueblo español no tenga bar... ¡ya es grave! La realidad es que muchos pueblos son como urbanizaciones donde sus naturales acuden a veranear.
La soledad de estos pueblos me recuerda a la soledad de muchos ancianos que pasean por la gran ciudad echando de menos su pueblo natal a cada momento. Ellos desearían vivir allí donde crecieron, donde aprendieron a vivir y a soñar, pero ¿cómo vivir en un lugar donde no hay unos mínimos servicios públicos y asistenciales? Si se organizase una buena red de asistencia sanitaria, una buen servicio de ambulancias, unos transportes públicos suficientes, unas dotaciones asistenciales básicas, tal vez muchos jubilados podrían realizar el sueño de vivir en su pueblo.
Pero no sólo los más mayores. También muchos jóvenes que realizan nuevas profesiones (informática, comunicacción, diseño, etc.) podrían trabajar en los pueblos con la ayuda de su ordenador. La ciudad no estaría tan masificada y los pueblos volverían a tener vida, esa vida que nunca debieron perder.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de julio de 2005