Tengo que confesar que cuando recibí el volumen me quedé en suspenso: ¡el tercer libro del autor este año! Lo dejé entre los libros de lectura aplazada. Pero una mañana pesada, nostálgica, tomé en mis manos La isla de Juan Fernández. Viaje a la isla de Robinson Crusoe de Miguel Sánchez-Ostiz. Y ya no lo pude dejar.
Sólo leer el primer párrafo me enganchó. Esa prosa irónica, rica, zumbona de Sánchez-Ostiz (empujando un avión, equivocándose de hora: autoironía fina; paseando por la isla, recordando viejos papeles, resumiendo una pasión: erudición viva), esa prosa limpia, trabajada, que nace como si nada, después de una larga meditación, atrapa al lector.
Relata ahora un viaje a un paraíso, la isla de Robinson Crusoe, con basura de latas de Coca Cola. El encierro en una isla resulta un viaje a un imaginario mágico, al sueño de la lectura, a la fascinación de la letra. Luego, la realidad es otra cosa. Y la obra sostiene el pulso con una dificultad clara, la reducción del espacio y de la peripecia vital. Pero Miguel Sánchez-Ostiz, que ha trabajado sobre micromundos aún más pequeños, coordina la vida inane con reflexiones que reflejan los aspectos menos agradacidos, con relatos sobre el paraje y los personajes que agrandaron la fama de la isla, que el autor tiene ante sus ojos y no le parece tan agradable ni tan simpática. El paraíso guarda siempre una mentira. Y ese juego entre la experiencia vital y la imaginación literaria engrandece el afán que el autor ha traído a estas páginas umbrosas, llenas de leyendas de viejos marineros que destacan frente a la miseria moral.
Miguel Sánchez-Ostiz: La isla de Juan Fernández. Viaje a la isla de Robinson Crusoe. Ediciones B. Barcelona 2005. 350 páginas. 18.50 euros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 4 de julio de 2005